domingo, 31 de octubre de 2010

Una comunidad vive cuando vive Jesús, convence y llena cuando es de Jesús.

Ayer, en la comunidad cristiana, tuvimos una bonita celebración del día del Señor. No estaban ninguno de los sacerdotes habituales y aún así decidimos todos de mutuo acuerdo celebrar juntos la fe en comunidad. Como cada sábado hubo mucha participación: en el comentario de la Palabra, en las peticiones, las canciones y la acción de gracias. Un hermano de los mayores dio gracias a Dios porque, con cura o sin él, la comunidad podía compartir la fe y celebrar el día del Señor.

En su signo de madurez cristiana descubrir que la Comunidad tiene el derecho y la posibilidad de celebrar que Jesús vive y se hace presente, resucitado, cada vez que dos o más se reúnen en su nombre.

La pena de todo esto es que, sin cura, la celebración dominical tenga que ser una eucaristía descafeinada. Es la comunidad la que celebra la eucaristía pero la organización eclesial le ha secuestrado este derecho y la ha hecho dependiente de un ministerio en cuya elección no le permite participar.

El clericallismo, más presente a veces en los laicos que en los mismos sacerdotes, es una excrecencia del carisma de comunión y de animación, que deforma incluso ese mismo carisma(*). Superar el dualismo clérigos-laicos y vivir plenamente la ministerialidad de la iglesia es un horizonte que desearía poder vislumbrar, pero mucho me temo que seguirá siendo un sueño inalcanzable.

(*) PATXI-LOIDI CONSTRUIR LA COMUNIDAD Cuadernos FE Y JUSTICIA 10 Ediciones EGA. Bilbao-1987

martes, 21 de septiembre de 2010

48 inviernos y una eterna primavera

Naciste en pleno invierno, en la mejor noche del año, y así quedó reflejado en tu nombre. Y viviste muchas primaveras, bonitas, hermosas, llenas de luz. Y tanto te empapaste de ellas que por donde ibas dejabas un rastro de buen humor y de alegría.

Pero sin darte cuenta te hibernaste, tu vida se quedó estancada en el frío y gris invierno. Te quedaste solo. En el invierno no florece el amor, se hielan los sentimientos, nada crece. Es como si sólo existiera tu vida pasada; y es lógico. Querías salir del crudo invierno y volver a vivir la primavera, pero sólo la buscabas en tus recuerdos y no te diste cuenta de que las primaveras tienen que ser siempre nuevas, renovadas, limpias.

Y el frío invernal cada vez hacía más mella en ti. Te devoraba a dentelladas crueles. Te quedaron pocos amigos y tu familia. Pero también tuviste manadas de lobos girando a tu alrededor, amenazándote, exprimiendo lo poco de vida que te quedaba.

Y así, solo y deshecho, harto ya de tanto hibernar, te marchaste para vivir en paz, en la eterna primavera, libre por fin de un cuerpo que te martirizó hasta el extremo.

El día de tu marcha reuniste a mucha gente: tu familia a quien tanto querías y a algunos amigos que se enteraron de tu partida; también acudieron algunos de esos que decían quererte pero que no te soportaban. Y también tu hijo. Con él diste el último paseo; él te llevó en sus brazos, estremecido, abrazándote fuerte, como hiciste tú con él los primeros años de su vida; y dolorido te dejó partir, sin querer hacerlo, pero obligado por la vida, una vida que a partir de ahora tendrá que enfrentar con libertad y fortaleza. Él defenderá como nadie la memoria de su padre de maledicencias y manipulaciones. Te disfrutó poco pero, por cómo te abrazaba, sé que te quería mucho y sabía que él había sido tu gran amor. En un momento comprendió lo que en todos los años anteriores le provocó tantos sentimientos contradictorios.

48 inviernos han sido pocos, hermano. Te recordaremos siempre en tus mejores primaveras. Y así lo harán quienes te quisieron de verdad. Los lobos siguen tu rastro, hambrientos de carroña. No te preocupes, tu familia cuidará de tu recuerdo y de tus cosas.

Y ahora, descansa, vive en paz, en los brazos del Amor que nunca falla.

sábado, 3 de abril de 2010

Otro caso más de segregación eclesial

Es irritante y escandaloso: un profesor de Religión es despedido por la Institución Eclesial (los obispos) por haber hecho pública su condición de cura casado. La noticia completa la dejo aquí. El comentario sale solo: la institución eclesial hace encaje de bolillos para mantener en las filas de la iglesia a personas de dudosa reputación (me remito a los casos protegidos y ocultados de pederastia, a la tomadura de pelo de los lefevristas, entre otros muchos) y no duda en expulsar sin miramientos a quienes ponen en cuestión aspectos muy secundarios de la institución (especialmente el celibato obligatorio de los clérigos). No les importa nada que estas personas sean queridas por sus comunidades, valoradas en sus centros de trabajo ni que trabajen por la evangelización. Porque si se desvela que un cura casado es tan válido como un cura célibe ¿dónde se queda la condición clerical, seña de identidad de tantos ministros ordenados? ¿Qué ocurrirá con el dualismo clérigos/laicos, tan celosamente cuidado por la Iglesia?

Levanto de nuevo mi voz para decir SÍ al celibato no impuesto, elegido con libertad y al servicio del evangelio. No al celibato obligatorio, impuesto como disciplina eclesial, nada carismático y llave para la segregación eclesial. No a la distinción entre clérigos y laicos y un SÍ más fuerte a la iglesia ministerial, en la que los ministros sean uno más entre sus hermanos.