viernes, 29 de marzo de 2013

Pascua para cambiar, para ser mejores.

Desde ayer el Twitter está que arde, plagado de mensajes de alegría por la celebración de las muchas pascuas juveniles que tienen lugar en las diferentes partes del mundo. Son como eslóganes publicitarios que invitan a vivir estos días pascuales con especial intensidad y que actualizan el mensaje evangélico a categorías más actuales y personales: ¿Qué es para mí el Jueves Santo?, ¿Qué significa que Jesús murió por mis pecados? y cientos de pensamientos semejantes. Me encantaría que en todas las iglesias y comunidades cristianas se celebraran estos días con la misma intensidad, creatividad y actualidad con que se llevan a cabo en las pascuas juveniles.

Pero no sé, y esto lo refiero más al mundo adulto que al juvenil, si se nos escapa el mensaje nuclear de estos días que no es otro que el mensaje fundamental y principal del Evangelio de Jesús: el amor fraterno, vivido por el maestro y llevado a su máxima realización en el martirio de la cruz. Y digo esto porque cada año, al finalizar la Pascua, de regreso al trabajo cotidiano, las relaciones entre las personas que conforman nuestro entorno no cambian, no se han transformado ni siquiera mínimamente: seguimos siendo amigos de los de siempre, excluímos de nuestro entorno a los de siempre, mantenemos el rencor disfrazado de impotencia y siempre por culpa del otro. Seguimos siendo los mismos, con las mismas pobrezas, con los mismos pecados, con los mismos prejuicios, cerrados a cualquier novedad que pueda cambiar nuestro estatus, nuestro tranquilo modus vivendi, que con tanta dificultad hemos logrado. Si alguien tienen que cambiar, que sean los otros.

Qué lejos se queda el testimonio de Jesús. Qué poco o nada nos ha inflamado el corazón la celebración del Jueves Santo -día del amor fraterno-; que poco de nosotros mismos hemos dejado en la cruz de Jesús -la cruz que libera, que redime-. ¿Podremos decir en la Noche Santa que somos hombres y mujeres nuevos, que hemos resucitado con Jesús a una vida nueva? ¿Podríamos concretar esta "liberación" en algunas acciones o intenciones reales, que nos hablen a nosotros, y sobretodo a los demás, de cambio, de vida nueva, de perdón, de rectificación?

No quiero rendirme, no quiero ser pesimista, quiero seguir creyendo en la fuerza del amor de Dios que todo lo hace nuevo. Anhelo con toda mi alma que la cincuentena pascual esté repleta de encuentros gozosos, de abrazos de perdón, de gestos de complicidad con quienes compartes la fuerza de Cristo resucitado.

El papa Francisco, por si el ejemplo de Jesús nos viene grande, nos está regalando muchos gestos que hablan por sí mismos del Amor Fraterno, traducido en perdón, servicio, solidaridad, sencillez, humildad... Si él, siendo uno como nosotros, lo puede hacer, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros?

Los mensajes publicitarios incitan a comprar, a renovar lo que ya tenemos. Su incidencia en nuestra vida es bastante notable. Nos creemos los que dicen y hacemos lo que nos piden. ¿Tan mala es la "publicidad" del evangelio, de los cristianos, que se queda en el mensaje y poco o nada produce?

Decía que no quería caer en el pesimismo y no dejo de hacerlo. Por eso termino esta reflexión deseando que el amor de Dios llene nuestros corazones y nos haga valientes para dar el primer paso, humildes para reconocer que algo tenemos que cambiar y sencillos para no anhelar nada más que la vida fraterna.

domingo, 17 de marzo de 2013

Francisco I, un viento fresco

Siempre ando a la gresca con la jerarquía eclesiástica, pero a la hora de la verdad no me he querido perder ni un detalle del cónclave. En esta ocasión lo he esperado sin mucha ilusión, prejuzgando que tendríamos más de lo mismo y, por lo tanto, sin esperar novedades o sorpresas.  Pero al ver aparecer a Bergoglio la cosa comenzó a cambiar, no sin algunas reticencias. De hecho, mi primer comentario en el FB después de la elección fue "no es oro todo lo que reluce", pues cuando busqué referencias de este cardenal, lo primero que leí fue que era considerado un conservador.

Pero cada uno de los signos que nos ha regalado Francisco me han suavizado por dentro y ahora comienzo a creer que el rumbo de la Iglesia puede cambiar, aunque sea poco.

Me impresionó la ausencia de vestiduras litúrgicas y el pectoral sencillo y desgastado. Me llamó la atención que usó la estola de la bendición sólo para bendecir y no para adornar su figura, pues se la quitó enseguida.
Las palabras sencillas y nada rimbombantes, el gesto de pedir la bendición del pueblo, de presentarse como el obispo de Roma, no querer utilizar la limusina y marchar con el resto de cardenales a Santa Marta ("con los muchachos,como dijo), presentarse en el hotel donde se hospedó antes del cónclave para pagar la cuenta, el respeto con el que trató a los más de cinco mil periodistas congregados en la audiencia, sin prepotencia y atendiendo a la pluralidad de credos allí reunida.

Y, sobretodo, el mensaje que deja en cada discurso: que su gran deseo es que la Iglesia sea la iglesia de los pobres.

Deseo vivamente que los gestos se traduzcan en acciones concretas que pongan en marcha, o mejor dicho, que retomen la reforma iniciada en el Concilio Vaticano II y que la Iglesia comience a ser creíble para los cristianos, que acoja y perdone en vez de condenar, que no tenga miedo al mundo, al progreso, que no tenga miedo a cambiar (que resuenen en Francisco y su Curia las palabras de Jesús Resucitado cuando se aparece a los discípulos "no tengáis miedo").

Ahora, Francisco, rezaré por ti con la boca grande y con el corazón agradecido. Sé que te espera un calvario pero el Señor, que te ha llamado, cuidará de ti.