jueves, 1 de noviembre de 2012

Hace 25 años

Hoy, en otras circunstancias, hubiera sido un bonito día de fiesta y celebración: felicitaciones, recuerdos compartidos...
Hace veinticinco años que recibí la ordenación sacerdotal de manos de D.José Méndez Asensio. Fue una preciosa celebración, sencilla, participada. A veces recordamos los crisantemos con que se adornó la iglesia y nos reímos, pues son flores asociadas al día de los difuntos (se ve que no había otra cosa debido a las fechas).
Después de trece años de ministerio público, vivido con un gozo indescriptible, di un golpe de timón a mi vida y pasé a ser un cura casado, y por lo tanto, un cura clandestino, obligado a ocultar su condición de sacerdote y privado de presidir públicamente los sacramentos, especialmente la Eucaristía.
Desde ese momento, el día de Todos los Santos ha sido para mí una fiesta íntima, en la que he reafirmado mi condición de presbítero, aunque sin comunidad que acompañar.
Sigo alimentando el sueño de una Iglesia que no vincule el ministerio con el celibato; sigo luchando por ello, aunque sé que yo no viviré para verlo. Pero mi amor por la Iglesia me anima a esforzarme para darle un nuevo rostro, anhelado por muchos cristianos.
Te doy gracias, Padre, por haberme llamado al ministerio sacerdotal, gracias por tanta gente que le ha dado sentido durante tantos años y gracias por los que siguen soñando junto a mí.

martes, 16 de octubre de 2012

Amor a prueba de todo

Desde los 18 años he compartido mi vida con muchas personas, en casas distintas, en ciudades diferentes, en grupos heterogéneos en edad y mentalidad. He crecido con ellas y cada una de ellas ha dejado su impronta en mí. Puedo decir con orgullo que son piezas indispensables en mi historia personal.

Hemos trabajado juntos, hemos soñado y arañado utopías inalcanzables. Unos y otros nos hemos alegrado de los éxitos de los demás. Juntos hemos sufrido y llorado en los momentos de fracaso y limitación.

Hemos jugado y nos hemos divertido sin tener en cuenta las diferencias de edad. Los más jóvenes hemos aprendido lo de los mayores y viceversa. No nos ha distanciado lo antiguo de unos ni lo moderno de otros.

Hemos rezado juntos y nos hemos contado sin reparo alguno nuestra experiencia de fe, nuestras dudas y nuestras certezas. Y nos hemos perdonado siempre. Nos hemos perdonado todo y hemos sabido reencontrarnos  de nuevo con cariño y sin rencor.

Porque lo que nos ha mantenido unidos no ha sido la ideología, ni los intereses personales, ni las preferencias particulares. Ha sido el amor el protagonista de nuestra historia. Un amor a prueba de todo y de todos. Un amor que permanece en la distancia. Un amor parco en manifestaciones externas pero que se ha ido haciendo fuerte en nuestro corazón.

¡Cuánto echo de menos todo esto! Pero... ¡que me quiten lo bailao!

martes, 19 de junio de 2012

La tentación del poder omnímodo

Conforme pasa el tiempo compruebo que invade nuestros espacios una especie de atracción irrefrenable hacia el poder omnímodo. Desde el individualismo radical que no admite de los demás "ni un soplo en la oreja" hasta las cúpulas de las grandes organizaciones pasando por los pequeños equipos que hacen trabajos de coordinación o dirección.


Y, ¿dónde veo esto? Sobre todo en el ansia de controlar la información y dosificarla según criterios o intereses particulares. En un mundo de adultos no deberíamos tener miedo a que la información fluya de manera natural y que lo haga en los dos sentidos, porque no hay nada que corrompa más al que ejerce el poder o la autoridad que la negativa a escuchar a quienes coordina o gobierna. 


Es verdad que preocuparse de agilizar el flujo de información hace más complicado el ejercicio de la autoridad, pero no cabe duda de que lo hace más creíble y más eficaz.


Por eso estoy en contra de:


- la disciplina de partido.
- la comunión entendida como obediencia ciega y acrítica.
- el amiguismo, como grupo privilegiado a quien informo y a quien únicamente escucho.
- las dinámicas de los responsables que, en orden a la eficacia, niegan la participación de todos los implicados en las tareas y planifican, ordenan y mandan sin más contraste que el suyo propio.
- la acepción de personas que, por miedo a lo que puedan decir o "criticar" o por aversión personal (no soporto a fulano) provoca marginación o segregación en el grupo. Y esto está muy cerca del "poder dictatorial" que tantas veces criticamos en la política pero que no vemos de puertas para adentro.
- los prejuicios, que nos impiden acercarnos de manera objetiva a la realidad.


Nunca hemos tenido la cantidad de medios que tenemos hoy para que el ejercicio de la autoridad pueda contar con la participación activa de quienes gobierna o coordina. El problema lo tenemos, como siempre, en las actitudes personales de quienes no creen, no confían, tienen miedo a la palabra de los otros; de quienes tienen miedo a equivocarse y que los demás se lo digan; de quienes se suben al taburete y desde él controlan y gobiernan a quienes están por debajo; de quienes se han auto-elevado tanto que han perdido todo contacto con la realidad.



miércoles, 4 de abril de 2012

Ante la Pascua que viene

Mañana es Jueves Santo y comenzaremos la celebración de la Pascua en la Comunidad Cristiana Escolapia. Quiero que sean días de profunda renovación interior, movida por el intenso encuentro con Jesús que favorecen estas fiestas. 

El Jueves rezaré para que El Señor me ayude (y ayude a todos) a vivir más plenamente el amor fraterno que Él nos inspira con su vida: crecer en solidaridad con los más desfavorecidos, vivir con autenticidad y sincera apertura de corazón la convivencia comunitaria (especialmente con los hermanos que siento más alejados), abierto a perdonar y ser perdonado para eliminar la violencia contenida en las relaciones con mis hermanos más cercanos (expresada en silencios contenidos, un trato frío, distante y obligado).
También el Jueves pondré ante el Señor mis anhelos de renovación eclesial (a pequeña y a gran escala): por una Iglesia que funcione desde la comunión con el Jesús que se hace servidor de todos y que nos propone vivir de la misma manera. Por lo tanto, una Iglesia de iguales, que renuncie a clasificar a los creyentes entre clérigos y laicos y ponga en primer plano a la Comunidad; que, guiada por el Espíritu, permita que los creyentes descubran y vivan su vocación de servicio, sin limitaciones ni imposiciones. 

El Viernes, ante la cruz, rezaré para no permanecer lejos de los crucificados de este mundo. Para que la comodidad en la que vivo no me haga insensible a las pobrezas de los demás. Pero también pediré a Cristo crucificado que me ayude a vencer todo lo que, desde mi interior, me impide vivir con un amor más auténtico. Pediré para que no me dé miedo la cruz, para entender que las pequeñas muertes que ocurren en nuestra vida, si pasan con amor, no son estériles sino que fructifican.

Finalmente, en la Noche Santa, pediré para que la resurrección de Jesús se traduzca en mi vida, que no sea sólo un lema vivido con fervor en la Pascua y olvidado después. Me llega por correo electrónico un texto de Pagola y encuentro las siguientes frases que quiero hacer mías y que lo sean para todos los que vamos a celebrar juntos la Pascua:


Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las “huellas” que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos. 

¡FELIZ PASCUA!