domingo, 21 de junio de 2009

Gracias, mamá

Ya hace más de diez días que mamá murió. De repente, durmiendo, sin queja alguna, sin molestar (que bien poco le gustaba). Todas las noches, desde pequeña, sus últimas palabras antes de dormir eran un avemaría o una salve. Así, con ese último pensamiento, de una madre a otra Madre, la acogió en sus brazos el Dios de la Vida.

En la homilía de su funeral tuve la suerte de poder decir a la gente que escuchaba que mamá fue de esas personas que se creyeron el evangelio de Jesús y lo pusieron en práctica día a día. Ella se sintió amada por Dios y vivió repartiendo ese amor entre los suyos: servicial, amable, entregada, anónima, sensible, dura para educar y dulce para querer, agradecida y ecuánime, amante de la comunidad eclesial y fiel a ella mientras pudo, buscadora de lo auténtico, nada superficial. Por eso hay tanta gente que la quiere y ojalá que la imiten porque su vida ha sido una buena senda para alcanzar a Dios.
Un hermano de comunidad a quien quiero muchísimo y dolido por la muerte de mamá, me decía estas palabras el día del funeral: No es verdad, la vida no sigue, porque parte de ella se nos va muriendo pedazo a pedazo. Es lo contrario de lo que solemos decir para consolar y para consolarnos ante la muerte. Pero no nos lo creemos. Es verdad que la vida se nos va muriendo hasta que, hecha jirones, tenemos que entregarla también nosotros. También me decía que lo único que nos vale es que sabemos que nuestra vida no es meramente la apariencia que se nos da como hecho biológico; el don de la vida recibida, ese don del cual Inés fue tu mediadora, es un don eterno, y como ella, nunca mueren... Aunque de momento se nos haya ido.

Ese es mi consuelo, esa seguirá siendo mi compañía, mi regazo. Aunque su recuerdo me parta el corazón no dejaré que se vaya, porque sé que recordarla es hacer que siga viva... aunque se nos haya ido.

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