miércoles, 30 de septiembre de 2009

Los "curas casados" tema tabú

Hoy quiero tratar un tema, para algunos escabroso, pero que es de una gran importancia para mí y del que, por prudencia y pudor, no suelo hablar mucho: el ejercicio del ministerio presbiteral de los “curas casados”.

En mis años de estudiante de teología en la Facultad de Cartuja (Granada) tuve la suerte de contar con magníficos profesores, especialmente Juan Antonio Estrada, jesuita. Fue él quien me facilitó una sólida y profunda visión de la Iglesia y desde entonces la eclesiología ha sido una materia por la que me he interesado constantemente, no sólo desde un punto de vista académico sino también experiencial. Y una de las claves que más me abrieron los ojos es la dimensión ministerial del Pueblo de Dios.

He vivido el ejercicio público del ministerio durante trece años con intensa pasión y entrega y desde él he podido descubrir e impulsar la ministerialidad de las comunidades cristianas a las que he servido. Durante ese tiempo me esforcé para que se limaran las diferencias que los cristianos establecen entre los curas y el pueblo, enseñando que el presbítero desempeña un servicio o ministerio tan importante como cualquier otro ministerio que sirva a la comunidad.

Va a hacer 8 años que me concedieron la “dispensa del sagrado celibato y de todas las cargas relacionadas con la sagrada Ordenación”, la cual tuve que solicitar para poder seguir unido a la institución eclesial y acceder lícitamente a los sacramentos, especialmente al del matrimonio. A partir de ese momento pasé a engrosar la dolorosa lista de curas casados: cristianos proscritos (¿habría que decir apestados?) que se nos “condena” a: (copio literalmente lo que dice el documento de dispensa):

a) El sacerdote dispensado desde este mismo momento pierde los derechos propios del estado clerical, las dignidades y los oficios eclesiásticos; ya nunca se sentirá atado por las obligaciones anejas al estado clerical.

b) Queda excluido del ejercicio del sagrado ministerio, excepto en lo que dice el canon 976 y 986 & 2 y por consiguiente no puede pronunciar la homilía, ni puede ostentar un cargo directivo en el ámbito pastoral, ni desempeñar el cargo de administrador parroquial.

c) Tampoco puede desempeñar ningún cargo en Seminarios o en Institutos equivalentes. En otros Institutos de estudios de grado superior, que dependan de algún modo de la autoridad eclesiástica, no puede ejercer cargo directivo.

d) En los Institutos de estudios de grado superior, que dependen de la autoridad eclesiástica, no puede desempeñar cargo directivo ni oficio de profesor de asignaturas propiamente teológicas o íntimamente ligadas a ellas.

e) En los Institutos de estudios de grado inferior, que dependen de la autoridad eclesiástica, no puede desempeñar cargo directivo ni oficio de profesor de asignaturas propiamente teológicas. A esta misma norma está obligado el sacerdote dispensado en lo concerniente a enseñar religión en Institutos del mismo género que no dependen de la autoridad eclesiástica.

f) De suyo, el sacerdote dispensado del celibato sacerdotal , y más aún el ligado por el matrimonio, debe distar de los lugares donde su condición anterior es conocida, y en ningún lugar puede desempeñar la función de lector, de monaguillo, ni distribuir la sagrada Comunión.

El "status" eclesial del sacerdote secularizado presenta un serio problema teológico - sacramental: Por una parte la Iglesia le prohibe el ejercicio del sagrado ministerio; por otra el sacramento del Orden imprime carácter; por consiguiente quien lo recibió seguirá siendo siempre sacerdote. Copio algunos párrafos de un interesante artículo que trata de este tema:

- La intención de muchos sacerdotes (también la mía) al solicitar el rescripto de secularización, era exclusivamente la de obtener la dispensa del celibato. Hubiesen deseado seguir incluso dentro del clero, pero como sacerdotes casados. No se permitía formular esta petición. Necesariamente había que solicitar tanto la dispensa del celibato como la reducción al estado laical. Ambas se concedían de forma inseparable. NO HUBO POR TANTO LIBERTAD EN EL MODO DE FORMULAR LA SOLICITUD.

- No parece correcto exigir en una instancia de tipo eclesiástico la renuncia al ejercicio de un sacramento recibido, para conseguir la dispensa de una ley humano - eclesiástica. El sacerdocio, una vez recibido, es un derecho divino. El celibato es una ley humana, en cuanto adherida al estado clerical de modo necesario.

- Al no ser la petición de dispensa acto libre en su totalidad, no podrá implicar necesariamente a la conciencia en la aceptación de compromisos o prohibiciones anejas a la dispensa.

Pero no es éste el punto de vista que más me gusta, aunque sirve para argumentar contra quienes desde la ignorancia o el rencor tratan de silenciar y ocultar una realidad eclesial cada vez más amplia y extendida. Hablar de derechos, prohibiciones, dogmas, etc .no me parece adecuado cuando se trata de la vida de fe de cristianos y comunidades cristianas que desean celebrar su fe y hacer memoria de Jesús libremente, sin miedo y en fraternidad evangélica.

Yo sufro enormemente cuando vivo situaciones en las que mi servicio ministerial sería bienvenido y deseado y no puedo ofrecerlo porque me lo han prohibido. Yo nunca he renunciado al ministerio. Lo vivo como una vocación personal y un servicio a mis hermanos. Por eso lo sigo cuidando con cariño en mi interior, ejerciéndolo en aquellos aspectos que no me pueden prohibir: animando a las comunidades, proclamando y explicando la Palabra, concelebrando en silencio cada eucaristía en la que participo y preparándola como siempre hice.

Cada 1 de noviembre sigo dando a gracias a Dios y a la Iglesia por el ministerio concedido y pido que la situación cambie pronto. Que termine la división entre clérigos y laicos, entre hombres y mujeres, que todos seamos iguales en la comunidad cristiana y nos esforcemos en servir a los hermanos con pasión y alegría, sin buscar por ello prebendas o reconocimientos. Que no mediaticemos los sacramentos convirtiéndolos en objetos legales, primando más la legalidad que la vida.

domingo, 21 de junio de 2009

Gracias, mamá

Ya hace más de diez días que mamá murió. De repente, durmiendo, sin queja alguna, sin molestar (que bien poco le gustaba). Todas las noches, desde pequeña, sus últimas palabras antes de dormir eran un avemaría o una salve. Así, con ese último pensamiento, de una madre a otra Madre, la acogió en sus brazos el Dios de la Vida.

En la homilía de su funeral tuve la suerte de poder decir a la gente que escuchaba que mamá fue de esas personas que se creyeron el evangelio de Jesús y lo pusieron en práctica día a día. Ella se sintió amada por Dios y vivió repartiendo ese amor entre los suyos: servicial, amable, entregada, anónima, sensible, dura para educar y dulce para querer, agradecida y ecuánime, amante de la comunidad eclesial y fiel a ella mientras pudo, buscadora de lo auténtico, nada superficial. Por eso hay tanta gente que la quiere y ojalá que la imiten porque su vida ha sido una buena senda para alcanzar a Dios.
Un hermano de comunidad a quien quiero muchísimo y dolido por la muerte de mamá, me decía estas palabras el día del funeral: No es verdad, la vida no sigue, porque parte de ella se nos va muriendo pedazo a pedazo. Es lo contrario de lo que solemos decir para consolar y para consolarnos ante la muerte. Pero no nos lo creemos. Es verdad que la vida se nos va muriendo hasta que, hecha jirones, tenemos que entregarla también nosotros. También me decía que lo único que nos vale es que sabemos que nuestra vida no es meramente la apariencia que se nos da como hecho biológico; el don de la vida recibida, ese don del cual Inés fue tu mediadora, es un don eterno, y como ella, nunca mueren... Aunque de momento se nos haya ido.

Ese es mi consuelo, esa seguirá siendo mi compañía, mi regazo. Aunque su recuerdo me parta el corazón no dejaré que se vaya, porque sé que recordarla es hacer que siga viva... aunque se nos haya ido.

domingo, 7 de junio de 2009

La fiesta de la Comunidad


Celebramos la festividad de la Trinidad. Decía Óscar Romero en una homilía tal día como hoy: No se trata de otra cosa, sino nada menos que de una fiesta en honor de Dios. La Trinidad es la expresión cristiana para designar el Dios verdadero que, siendo uno solo, tiene tres personas distintas que se llaman: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es muy lógico que después de haber celebrado el misterio de Cristo que salvó al mundo, nos remontemos con Él hacia las alturas de donde procedió esa redención; y también, después de haber recibido el Espíritu que vino de lo alto para infundirse como vida cristiana a esta Iglesia que somos nosotros, nos remontemos como quien va río arriba. A través del Espíritu llegamos hacia la fuente de lo divino y eso quiere ser la fiesta de hoy: un remontarnos al origen y a la finalidad de todo el misterio de Cristo que seguimos viviendo en la Iglesia.

Hace años, cuando animaba los comienzos de una comunidad cristiana, se me ocurrió que el día de la Trinidad podría ser muy bien el día de la Comunidad. Porque la comunidad cristiana es la realización práctica y terrenal de aquello que contemplamos como divino y lejano. El Padre, el Hijo y el Espíritu se hacen uno en el Amor. Y esa es la enseñanza final de Jesús: que nos amemos unos a otros como él nos amó, igual que él se sentía inmensamente amado por el Padre.

Qúé bien estaría que cada año, en el día de la Trinidad las comunidades cristianas celebraran su fiesta; celebraran lo que es más importante por encima de aniversarios, carismas y demás efemérides temporales: que somos hermanos y queremos vivir amándonos porque Dios así lo hace con nosotros.

Proporcionar un día especial a la comunidad en el calendario podrá servir para tomar conciencia -a veces la perdemos- del tesoro que hemos recibido del Padre (Dios me dio hermanos) en la Comunidad. Y no estaría de más que, además de celebrarlo en el altar lo hiciéramos también "a lo humano", compartiendo unas tapitas y unos refrescos, que a veces parece que si no hay de esto no hay fiesta que valga.

¡Felicidades, hermanos comunitarios! ¡Felicidades, comunidades amigas! ¡Felicidades, Iglesia!

sábado, 25 de abril de 2009

Mi opción definitiva

En la eucaristía del día 25, en el Tercer aniversario de las Escuelas Pías Emaús que hemos celebrado en Montequinto, hice la opción definitiva a la Fraternidad Escolapia, junto con algunos hermanos de comunidad. Este es el texto que leí y que comparto con vosotros.



Hace ya muchos años que puse rumbo a mi humilde barca en dirección a Jesús y su evangelio.



Durante este tiempo he aprendido a navegar, he desplegado las velas y viajado lejos, he atracado en inumerables puertos en los que he conocido a ilustres e intrépidos navegantes y, sobre todo, he intimado con sencillos pescadores para quienes la mar, esta mar de la que hoy hablamos y celebramos, es su vida, la que los hace felices y sin la que no podrían vivir.


He recorrido interminables millas con la mar en calma, disfrutando de seductores amaneceres y de sugerentes puestas de sol. También me ha tocado navegar por mares agitados y luchar por mantenerme a flote en terroríficas tempestades.


Y en todas estas travesías, disfrutando del horizonte o agarrado fuertemente al bote para no zozobrar, he confirmado que no sé ni puedo vivir de otra manera que navegando hacia ese puerto que no aparece en los mapas pero cuyas pistas voy encontrando en cada puerto que visito, en cada pescador que conozco y, me atrevo a decir, en cada latido de mi inquieto corazón.


Mi fe en Jesús es inquebrantable, Él es el Señor de mi vida y mi proyecto personal gira torpemente en torno a su Palabra. Lo he descubierto, vivido y celebrado en comunidad y sin ella no sería posible decir lo que acabo de afirmar.


Por eso, yo, Ricardo Caro Chena, vuelvo a dar ante la comunidad, como si fuera la primera vez, mi sí definitivo al seguimiento de Jesús y a la construcción del Reino, en su Iglesia, junto con los escolapios y me comprometo a asumir en mi vida el proyecto de esta Fraternidad.


domingo, 19 de abril de 2009

El sacramento de la camiseta

Ayer tuvimos la suerte de contar con la presencia de un nutrido grupo de chavales en la eucaristía de la Comunidad Cristiana Escolapia. Estaban celebrando un encuentro con el lema "Buscando a Jesús". Podéis imaginaros la gozada de celebración, acostumbrados a participar en ella habitualmente diez o doce personas. Al ser octava de Pascua se podía notar el efecto de la fiesta grande en cada uno de los que allí estábamos. Además, la capilla conservaba casi íntegra la decoración de la Vigilia Pascual.



Terminada la eucaristía y mientras íbamos hacia la puerta de salida escuchamos por la megafonía la llamada de un catequista para que los chavales volvieran a sus asientos: iba a comenzar el acto de entrega de las camisetas del encuentro. Ya había oído que este acto se ha convertido en habitual en encuentros y campamentos, pero nunca lo había vivido en directo. Así que afiné el oído para enterarme bien.



Es todo un ritual perfectamente definido y rubricado. Los catequistas llaman al orden para crear el ambiente adecuado al momento que van a vivir a continuación. Llaman por su nombre a cada chaval, lo revisten con la camiseta -que lleva serigrafiado el lema del encuentro- y le dan un abrazo. También los catequistas reciben el símbolo en cuestión y, por supuesto, el abrazo posterior.



Seguro que los chavales, cuando regresen a su lugar de origen y utilicen esa camiseta, rememorarán las experiencias vividas en este encuentro y brotarán en sus corazones sentimientos de amistad y cariño recordando a los compañeros con los que compartieron reflexiones, emociones y momentos intensos de comunicación. La camiseta establecerá entre ellos un vínculo de comunión inquebrantable y duradero aún en la distancia.



Inmediatamente recordé a Leonardo Boff y sus Sacramentos de la Vida y comenté con un hermano: esto es el Sacramento de la Camiseta. Y una pregunta: ¿alguna vez será la Eucaristía un sacramento de la vida para los chavales?

jueves, 9 de abril de 2009

Razones para celebrar la Pascua

Me encantaría que este vídeo lo hubieran grabado los jóvenes de nuestros grupos. Abundan más en nuestros grupos las razones para NO ASISTIR a la Pascua, para asistir a medias, para asistir cuando me apetezca y no tenga otras cosas que hacer, porque es muy caro (por no decir que prefiero gastarme el dinero en otras actividades), porque salgo de nazarerno, porque me gusta más ver las procesiones...

Cada año, después de dedicar nuestras vacaciones de Semana Santa a preparar con cariño la Pascua Joven nos embarga la tristeza de vernos de nuevo los mayores, los de siempre y algún grupito de jóvenes. Y nos preguntamos cada año: ¿dónde están los demás, la mayoría, los catequistas que evangelizan a los pequeños, los que forman parte de nuestra iglesia particular? ¿Es que no se sienten llamados? ¿Es que no desean celebrar con los que son sus hermanos de comunidad, de Iglesia? ¿Es que no han descubierto en su interior a aquel que enseñan en la catequesis, al que los convoca? ¿Acaso no tienen razones para celebrar la Pascua?

Ójala se dieran cuenta de lo mucho que los echamos de menos en las celebraciones, de cuánto pierde la comunidad con sus ausencias.

A lo mejor algún año podemos grabar un vídeo así. Pido a Dios que nos mantenga siempre fieles y constantes en hacer memoria de la entrega generosa de Jesús y celebrarlo en comunidad. Que no nos falten nunca razones para celebrar juntos la Pascua.



lunes, 23 de marzo de 2009

Cuidar la vida para transparentar la eucaristía


Llevo un mes sin poder celebrar la eucaristía con mi comunidad. Cada fin de semana he viajado a Granada para estar con mi madre en el hospital y echar una mano a mis hermanos que cargan con su cuidado de lunes a viernes. Cuando empezó esto habíamos tratado en comunidad el tema de la eucaristía, siguiendo el temario de la Fraternidad, y se me quedó grabada la frase que da título a esta entrada del blog: cuidar la vida para transparentar la eucaristía.


En este mes de apartamiento he vivido intensamente la experiencia del dolor, de la cercanía de la muerte, del perdón, de la intercesión en los conflictos, de la paciencia, de la caridad; también de la alegría de la curación, de la fortaleza en la debilidad, de la fe intensa, de la esperanza contenida. ¡Cuánto he echado de menos compartir esto en nuestra eucaristía! Cada sábado he esperado la hora de la eucaristía comunitaria, me he sentido unido a todos y me he sentido querido por todos.


Dice el texto del tema que cada acto nuestro tiene que vivirse como parte de la eucaristía que nos reunirá el domingo (sábado). Así lo he querido vivir y así deseo celebrarlo con los hermanos.


La eucaristía no es un acto más de la semana. Forma parte de mi vida.

domingo, 15 de marzo de 2009

Cuaresma en primera persona

Un amigo y hermano valenciano me envió el otro día el enlace a este vídeo sobre la Cuaresma. Me pareció magnífico y lo comparto con vosotros. Es urgente disponer de versiones actualizadas de los tiempos litúrgicos que nos saquen del aletargamiento espiritual en que solemos vivir y nos lancen a vivir en primera persona el mensaje de Jesús.


Y la guitarra se quedó sola...


El viernes pasado estuve tomando unas cervezas con mi amigo Paco y sacamos el tema de la música, tema que nos une mucho y por el que sentimos verdadera pasión. Nos lamentábamos de que en las generaciones jóvenes parecía que se había perdido o descuidado el uso de la música aplicada a la pastoral y a la liturgia.

Recordábamos lo importante que fue en los años 80, en los inicios del CJC de Granada la canción. Se cantaba muchísimo y llegamos a editar un cantoral (que ya ha tenido 3 ediciones). Por las canciones que cantábamos muchos jóvenes encontraron un medio estupendo de expresar su experiencia de fe y muchos aprendieron a orar.

En los últimos años, cuando los que habíamos liderado este ministerio hemos querido dar paso a otros más jóvenes nos hemos encontrado conque no hay relevo. Llevamos 30 años animando las eucaristías con nuestras guitarras y el día que tenemos que ausentarnos se canta "a pelo" o no se canta. ¡Qué tristeza!

Y el caso es que a los jóvenes de los grupos, cuando les enseñas las canciones en convivencias o pascuas, les encanta oírlas y a duras penas las cantan. Pero es lluvia de un día. Es como los clinex.

¿Estaremos de nuevo ante un síntoma más del cambio generacional o cultural postmoderno?

Sobre esto hay mucho que hablar y que escribir. Volveré a la carga en otro momento.

sábado, 14 de marzo de 2009

¿Estamos en el mismo barco?


En las reuniones de mi comunidad solemos comentar con mucha frecuencia el desconcierto que nos provoca el relativismo con que algunos -jóvenes y adultos- viven la participación activa en los acontecimientos que alimentan la fe personal y edifican la comunidad: la eucaristía semanal, los retiros y hasta la misma participación en las reuniones comunitarias.

Parece que, en principio, es un tema de prioridades: asistir a cualquier acontecimiento programado es inexcusable excepto lo que concierne a la vida espiritual y comunitaria. Ésta suele aparecer en los últimos peldaños de lo prioritario en la vida. ¿Por qué es así?

Es difícil encontrar una respuesta simple que nos satisfaga. Es posible que cada caso responda a una motivación diferente. Pero no puedo dejar de pensar que en el fondo existen concepciones diferentes de la vivencia de la fe cristiana nacidas de concepciones diferentes de la misma vida.

Todos sabemos que lo que se ha venido a llamar postmodernismo, este nuevo paradigma sobre el que estamos edificando nuestra forma de entender la vida, preconiza el individualismo más feroz, la estética vacía de una ética que la sustente, el placer y bienestar a toda costa (hedonismo). Un individualismo cuyo lema podría ser: “el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles; el mínimo de austeridad y el máximo de deseo”. Es una cultura narcisista: el individuo está centrado en la propia realización emocional, da prioridad a la esfera privada y reduce la inversión de carga emocional en el espacio público (abandono de lo político e ideológico).

En este contexto, los valores radicalmente cristianos se enfrentan cual David contra Goliat en una batalla desigual. La enseñanza de Jesús de Nazaret radica en vivir desde una claves que se contradicen con este postmodernismo del que hablamos: lo comunitario frente al individualismo; la renuncia a uno mismo frente al hedonismo; el anuncio del Reino como formulación de una reforma total de la sociedad frente a la defensa a ultranza de la esfera privada a costa del resto de los mortales.

En fin, me preocupa muchísimo este tema y no sé cuál puede ser la solución. Pero tengo por seguro que los cristianos tenemos que reformular nuestra vida de fe a la luz de los nuevos tiempos, sin perder lo verdaderamente fontal de la experiencia cristiana: seguimiento de Jesús, para construir el Reino, en comunidad de hermanos. Tenemos que ser capaces de llevar esto a la pastoral juvenil y a nuestras comunidades.

Mientras tanto, algunos nos seguiremos creyendo que somos de otra generación, que tenemos otro enfoque de la vida, de la iglesia, de la fe... y procuraremos que todo esto no nos aparte de los hermanos más jóvenes y que nosotros no nos apartemos de lo que da sentido a nuestras vidas.