domingo, 4 de diciembre de 2011

Días de búsqueda esperanzada

Me ha encantado el pliego de Vida Nueva dedicado al Adviento. Lo escribe José María Rodríguez Olaizola, SJ y lo titula con una frase muy sugerente, que he usado como título de esta entrada: Días de búsqueda esperanzada.  


Arranca con una reflexión sobre la espera, el esperar. Dice, con razón, que hablar de espera tiene un punto contracultural hoy en día. No estamos acostumbrados a esperar. Sin embargo, sigue diciendo el autor, querámoslo o no, la espera sigue siendo parte de la vida. Porque somos humanos, y por esto mismo capaces de desear y de imaginar. Y más adelante dice: Aunque nos vayamos desacostumbrando a esperar, por aquello de la inmediatez, la espera nunca desaparecerá de nuestras vidas (afortunadamente). Porque en nuestro horizonte está el futuro. Y el futuro es el tiempo de las promesas, de las posibilidades, de los deseos que aún no han tomado cuerpo.


Unos párrafos después se pregunta el autor ¿Quién espera a Dios? Así entra de lleno en el tema del Adviento, objeto del artículo. Sigo copiando frases que me han gustado y hecho reflexionar más. Esperar a Dios no es algo fácil... Esperar a Dios empieza por entender que Dios ... tiene algo que decirnos.No creo que haya nadie que lo tenga todo claro sobre Dios. Bueno, en realidad, no creo que nadie lo tenga todo claro en general: ni sobre Dios, ni sobre los otros, ni sobre uno mismo. Y respecto a la fe, nadie que haya integrado perfectamente su mensaje, su palabra, su proyecto, su lógica. Nadie que deba sentarse, ufano, pretendiendo que lo tiene todo claro. Es verdad que hay muchas personas que, de algún modo, terminan actuando así, por el lado de la fe (gente que hace años que dejó de percibir novedad en el Evangelio, instalados en unas creencias algo atrofiadas), y por el lado del ateísmo (instalados en una increencia práctica o teórica que no admite fisuras). Pero lo sorprendente de Dios y su Evangelio es que constantemente nos desinstala, nos pone ante encrucijadas nuevas, y hace que la propia vida se ilumine de forma distinta. En ocasiones esa novedad es exigencia, o reto, o un toque de atención sobre algo que necesita reforma en nuestra vida. En otras ocasiones, es una palabra de amor que necesitábamos escuchar, o luz sobre una manera de ver el mundo. Y en otras ocasiones tiene que ver con que descubrimos algo distinto en Dios. El que toda la vida cree en Dios como creía a los cinco años tiene un problema.

¿Qué es esperar a Dios? Esperar a Dios es reconocer que la propia vida aspira a una plenitud que no tenemos. Así que esperar a Dios es preguntarnos por eso que falta, y acaso buscar en el Evangelio alguna respuesta. Esperar a Dios es ser consciente de que el mundo necesita una Buena noticia auténtica, y tratar de descifrarla en Dios y su Evangelio. Esperar a Dios es creer que Dios no es un Dios distante, ajeno a la creación, desvinculado de nuestra historia. Antes bien, de algún modo, sigue presente en nuestro mundo, entre nosotros. 


Y para ahondar más en la esperanza, nos propone Olaizola seis imágenes de Adviento para una espera activa: la del enamorado, la del explorador o buscador, la del cocinero, la del corredor de fondo, la del aficionado y una última que llama "por contraste". 


Acaba la reflexión con un apartado que titula Una espera aterrizada. Propone un catálogo de sugerencias que nos harán posible una espera activa, encarnada en lo concreto de cada día, que nos ayudarán a preparar la propia vida para el encuentro con Dios, que, como dice Olaizola, se hace en historias cotidianas.


No dejéis de leer y contemplar el poema con el que termina el pliego.


Para quienes os animéis a leer el pliego y no tengáis la revista Vida Nueva, os lo podéis descargar en el siguiente enlace. También lo he preparado para quienes vais con el libro electrrónico debajo del brazo o en el bolso.


Pliego completo en PDF
Pliego en formato FB2 (para el Papyre) y EPUB (otros lectores)


  

jueves, 28 de abril de 2011

Curas casados: historias de fe y ternura


Acabo de comprar un libro, editado por el MOCEOP (Movimiento Pro Celibato Opcional) que se titula como esta entrada del blog: Curas casados: historias de fe y ternura y contiene la recopilación de diversos testimonios de vida de curas casados.

Copio algunas líneas del prólogo para acercaros al contenido de este precioso libro:

Nace de la voluntad de dar a conocer la realidad de unas personas que dieron un vuelco a su vida y superando dificultades lograron vivir con normalidad en medio de un mundo cambiante y una iglesia jerárquica prepotente. 

Estos relatos son fruto de sueños realizados y no narraciones de "batallas anticlericales". Son retazos, como señala el subtítulo, de vida, de fe, de ternura, de humanidad, de libertad y de terca esperanza, que jalonan el camino.

El libro se culmina con un sabroso epílogo escrito por el teólogo José María Castillo.

Es éste un buen instrumento para dar a conocer a los cristianos la realidad de tantas personas, muchas veces muy cercanas a ellos, que vivimos nuestra nueva situación de curas casados entre la indiferencia, la incompresión o el rechazo, con una gran dosis de desconocimiento aderezado con una buena colección de tópicos.

Os lo recomiendo vivamente y si no tenéis ganas de leerlo podéis pasaros de vez en cuando por la web del MOCEOP donde podréis encontrar otro rostro de esta nuestra plural y complicada Iglesia.

miércoles, 27 de abril de 2011

Si hay silencio no quiero ser yo quien lo provoque


Una amiga -de las pocas personas que se acercan a este blog- me pregunta mucho por qué no escribo nada últimamente. Siempre le contesto que cada cosa tiene su momento y que ahora estoy en tiempo de barbecho. Pero la verdad es que me siento cada vez más un bicho raro, a quien la gente -incluso la más cercana- rehuye con amables silencios. Percibo con tristeza que no es bienvenida la crítica, la sana dialéctica de la que tanto se aprende, sobre todo, cuando lo que se debate es la propia vida, la propia experiencia.

Se nos llena la boca -y a mí el primero- de elocuentes palabras, de hermosas teorías, de grandes deseos, que nos satisfacen al instante pero que como vienen se van. Mientras tanto, la vida, nuestra vida sigue el mismo ritmo rutinario, cansado e inapetente de la vida de otros. Cerramos un tema y abrimos otro.

Ya no sé si es miedo, o vergüenza, o desinterés, o apatía. No lo sé, porque nadie me lo dice. Y yo me voy contagiando de lo mismo (¿quid pro quo?). Con el tiempo he ido arriesgando cada vez más en la comunicación, abriendo mi corazón hasta límites extremos porque he tenido interlocutores que se han interesado en mi vida como yo en la de ellos. Y así hemos crecido y compartido mucho. Ahora estoy abatido, cansado, dolido.

Por esto no quiero escribir, no quiero lanzar palabras al viento, no quiero opinar. Si hay silencio no quiero ser yo quien lo provoque.

Mientras tanto, en el silencio, busco la forma de cambiar la situación. No soy de los que esperan a que las cosas se le den hechas. Pero no quiero herir a nadie, no quiero ser entrometido.

Por eso espero una señal.