sábado, 14 de marzo de 2009

¿Estamos en el mismo barco?


En las reuniones de mi comunidad solemos comentar con mucha frecuencia el desconcierto que nos provoca el relativismo con que algunos -jóvenes y adultos- viven la participación activa en los acontecimientos que alimentan la fe personal y edifican la comunidad: la eucaristía semanal, los retiros y hasta la misma participación en las reuniones comunitarias.

Parece que, en principio, es un tema de prioridades: asistir a cualquier acontecimiento programado es inexcusable excepto lo que concierne a la vida espiritual y comunitaria. Ésta suele aparecer en los últimos peldaños de lo prioritario en la vida. ¿Por qué es así?

Es difícil encontrar una respuesta simple que nos satisfaga. Es posible que cada caso responda a una motivación diferente. Pero no puedo dejar de pensar que en el fondo existen concepciones diferentes de la vivencia de la fe cristiana nacidas de concepciones diferentes de la misma vida.

Todos sabemos que lo que se ha venido a llamar postmodernismo, este nuevo paradigma sobre el que estamos edificando nuestra forma de entender la vida, preconiza el individualismo más feroz, la estética vacía de una ética que la sustente, el placer y bienestar a toda costa (hedonismo). Un individualismo cuyo lema podría ser: “el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles; el mínimo de austeridad y el máximo de deseo”. Es una cultura narcisista: el individuo está centrado en la propia realización emocional, da prioridad a la esfera privada y reduce la inversión de carga emocional en el espacio público (abandono de lo político e ideológico).

En este contexto, los valores radicalmente cristianos se enfrentan cual David contra Goliat en una batalla desigual. La enseñanza de Jesús de Nazaret radica en vivir desde una claves que se contradicen con este postmodernismo del que hablamos: lo comunitario frente al individualismo; la renuncia a uno mismo frente al hedonismo; el anuncio del Reino como formulación de una reforma total de la sociedad frente a la defensa a ultranza de la esfera privada a costa del resto de los mortales.

En fin, me preocupa muchísimo este tema y no sé cuál puede ser la solución. Pero tengo por seguro que los cristianos tenemos que reformular nuestra vida de fe a la luz de los nuevos tiempos, sin perder lo verdaderamente fontal de la experiencia cristiana: seguimiento de Jesús, para construir el Reino, en comunidad de hermanos. Tenemos que ser capaces de llevar esto a la pastoral juvenil y a nuestras comunidades.

Mientras tanto, algunos nos seguiremos creyendo que somos de otra generación, que tenemos otro enfoque de la vida, de la iglesia, de la fe... y procuraremos que todo esto no nos aparte de los hermanos más jóvenes y que nosotros no nos apartemos de lo que da sentido a nuestras vidas.

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